Irán lleva décadas trabajando en un programa nuclear de aplicación militar y supone una amenaza existencial para Israel, del mismo modo que Israel lo es para los palestinos, como bien demuestra el genocidio que sufren los habitantes de Gaza, y la utilización del hambre como arma de guerra. Si hay un momento para que Israel acabe con las posibilidades de Teherán de tener armas atómicas es este y, si flaquea en sus fuerzas, Estados Unidos terminará su ataque sin titubeos porque dispone de varias bases en la región que le confieren una clara superioridad bélica. El precio que todos pagaremos es exacerbar hasta niveles desconocidos no solo el enfrentamiento entre islamismo y occidentalismo (dos conceptos antagónicos), sino entre islam y democracia liberal. Esta batalla, por desgracia, se librará en nuestro territorio porque en suelo europeo viven millones de musulmanes moderados que perciben los diferentes conflictos que se han producido en Oriente Medio, desde la primera Guerra del Golfo en 1991 hasta el actual entre Hamás e Israel, como humillaciones hacia su cultura y serán susceptibles de ser captados por cualquiera de las muchas formas de islamismo que campan a sus anchas en el continente. Tantos avances tecnológicos para acabar de nuevo en la Edad Media.
Entiendo que algunas personas, producto de su rechazo al imperialismo estadounidense, tiendan a creer que el programa nuclear iraní tiene únicamente fines civiles, pero hay demasiadas pruebas que demuestran lo contrario. Aunque Irán siempre ha afirmado que no tiene intención de fabricar armas nucleares (también ha afirmado en múltiples ocasiones que desea “borrar a Israel de la faz de la tierra”), en 2002 se descubrió que existían centros clandestinos que escapaban al control del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA): uno dedicado al enriquecimiento de uranio, en Natanz, y otro de agua pesada, en Arak. Los pasos que Irán ha dado desde 2002 corresponden de manera inequívoca con todas las fases de producción de armas atómicas. Todos los Estados que en el pasado lograron avances similares, terminaron obteniendo bombas nucleares. Además de la de Natanz, Irán construyó otra planta clandestina en las entrañas de una montaña en la localidad de Fordow. La existencia de este centro se dio a conocer en 2009 y algunos medios como la BBC y The Telegraph publicaron imágenes de satélite. Irán no da explicaciones creíbles sobre las trazas de uranio de origen artificial encontradas en algunas de sus instalaciones, que no figuran como parte de su programa nuclear civil. De forma recurrente, los expertos del Organismo Internacional de la Energía Atómica que operan en el país han visto obstaculizados sus trabajos de verificación, situación que se agravó particularmente a lo largo de 2023.
El Organismo Internacional de la Energía Atómica tampoco recibe explicaciones de por qué Irán dispone de reservas de uranio que superan 18 veces el límite autorizado por el acuerdo internacional de 2015 (JCPOA, por sus siglas en inglés), que pretendía garantizar que el programa nuclear iraní tenía carácter exclusivamente pacífico. Estas reservas incluyen las de uranio de una pureza del 60%, el nivel próximo al necesario para fabricar armas atómicas, aunque sean rudimentarias (la bomba lanzada sobre Hiroshima contenía menos de 65 kilos de uranio de alrededor del 80% de pureza). Las diferentes instalaciones de Irán exceden claramente la capacidad para uso civil, puesto que Rusia suministra el combustible necesario para el único reactor nuclear en funcionamiento que hay en el país. Según datos del Organismo Internacional de la Energía Atómica, Irán habría acumulado hasta febrero de este año 712 kilos de uranio enriquecido al 20% y 87,5 kilos de uranio al 60%, cuando es suficiente con 42 kilos de uranio enriquecido al 60% para fabricar un arma atómica. Teherán también continúa obstaculizando los esfuerzos de la OIEA para investigar tres instalaciones nucleares no declaradas que constan en los archivos del espionaje israelí: Turquzabad, Varamin y Marivan.
Los temores de Estados Unidos no se limitan a una guerra de alcance regional: en enero de este año, Irán lanzó con éxito un satélite que se encuentra orbitando a 750 kilómetros sobre la superficie de la tierra. Según la inteligencia estadounidense, el desarrollo de vehículos necesarios para lanzar este tipo de satélites «acorta los plazos» para que Irán obtenga un misil balístico intercontinental, puesto que utilizan una tecnología similar. Israel ha conseguido posponer la consecución de armas nucleares por parte de Irán mediante asesinatos selectivos de científicos, bombardeos de instalaciones secretas, introduciendo virus informáticos en los ordenadores que controlan las centrifugadoras y proporcionando planos falsos de determinados elementos necesarios para su fabricación, pero parece que el régimen de los ayatolas ha terminado por sortear todos los obstáculos con el fin de conseguirlas. No podemos ser optimistas puesto que este conflicto se da entre países en los que reina la intransigencia religiosa y el supremacismo. Una coalición entre naciones árabes, digamos Irán, Líbano y Siria no tendría reparos en lanzar una guerra de exterminio contra Israel. Entre otros motivos porque el islam chií, al que pertenece Irán, considera el martirio uno de los honores más altos para un musulmán. Qué decir del supremacismo sionista que alimenta al Gobierno extremista de Netanyahu: Israel tampoco tendría problemas morales de ninguna clase para reducir a cenizas cualquier ciudad de Oriente Medio perteneciente a un país que se atreva a atacarles.
Eduardo Luis Junquera Cubiles.