Entendemos como muy tolerante, progresista y moderno decir que derecha e izquierda son lo mismo en cuanto a ideas y proyectos políticos respetables. Pero el desarrollo final de la socialdemocracia conduce a la igualdad de oportunidades, a una mejor distribución de la riqueza, a una mayor difusión de la cultura y a una prevalencia de la justicia; es decir, a una sociedad mejor. La aspiración actual de la derecha, por el contrario, principalmente después de que la mayoría de sus dirigentes a nivel mundial hayan asumido por entero el neoliberalismo es que el mundo sea gobernado por la ley del más fuerte, y es erróneo decir que ambas cosas son iguales. ¿Es lo mismo Brasil que Canadá? ¿Son lo mismo Noruega y Estados Unidos? Los cuatro son países capitalistas, que es el sistema que más prosperidad y libertad ha otorgado al ser humano. Pero el capitalismo ha de tener un control, de lo contrario degenera en un sistema en el que prima la injusticia, aunque esa ausencia de equidad adquiera en nuestras sociedades un carácter incluso festivo y jovial, muy propio de la cultura pop. Tanto en Canadá como en Noruega existe un capitalismo con fuerte intervención del Estado. Un Estado que se inhibe, dando lugar a múltiples fallas sociales, en el caso de Brasil y Estados Unidos.
Si algo nos ha enseñado el neoliberalismo en las últimas cuatro décadas es a interiorizar como normales las injusticias, la desigualdad, la miseria y una forma de competencia extrema que, desde luego, es lo contrario de la colaboración, que es la única forma de convivencia en la que el ser humano avanza como especie. Lo contrario del capitalismo no es Cuba ni la Unión Soviética, sino la justicia social. Y la justicia es una aspiración demasiado grande y noble para quienes están al servicio del neoliberalismo, que nos dicen que la desigualdad y la pobreza nacen de las decisiones erróneas de las personas y no de las diferentes condiciones de partida y de las características inherentes al propio sistema neoliberal como los bajos salarios o las deficiencias en el sistema público de educación, que tienden a perpetuar las injusticias.
En cuanto a extremos izquierda-derecha: el eurocomunismo se apartó de la Unión Soviética, pero este alejamiento tuvo un carácter ético porque se cuestionaba la naturaleza genocida y criminal de la U.R.S.S., no solo el modelo económico. No fue únicamente una renuncia práctica, sino moral. Con la hoz y el martillo se luchó por la libertad y la democracia en España durante la dictadura y en la Transición. Y en el caso de Francia, muy especialmente cuando miembros del Partido Comunista Francés engrosaron las filas de la resistencia contra el nazismo, mientras buena parte del país caía en el colaboracionismo con los alemanes o en la desbandada. La misma lucha por el Estado de Derecho la defendió en Italia el Partido Comunista Italiano, pesadilla de la CIA como el partido comunista más fuerte de occidente después de la Segunda guerra Mundial, y una formación limpia de corrupción en medio de la ciénaga italiana. Los líderes del PCI soñaban con una sociedad en la que la cultura y la enseñanza tendrían una primacía hasta ahora desconocida en nuestra historia. Por el contrario, las ideas que propone la ultraderecha en el mundo son cuestionables, pero no solo desde el punto de vista económico al no existir la menor objeción de sus dirigentes hacia el sistema neoliberal, sino desde el punto de vista ético porque se hace una defensa explícita del racismo y de proyectos abiertamente segregacionistas que, de llevarse a cabo, desembocarán en sociedades brutales e injustas en las que la discriminación será legal y frecuente. Y todo eso, al final, genera un alto grado de sufrimiento en los seres humanos, principalmente en los que pertenecen a las minorías. Rechazamos todo eso y tenemos derecho a reclamar una indudable superioridad moral de la izquierda que no puede estar exenta de autocrítica.
Al velatorio de Berlinguer, el histórico líder del PCI, asistió incluso Giorgio Almirante, el fundador del MSI, un partido fascista italiano, que definió al líder de los comunistas de Italia como “un hombre extraordinariamente honesto”. Un gesto así sería impensable en la actual Europa, donde la ultraderecha huye de todo análisis exhaustivo, riguroso y honesto para centrarse en la difusión de noticias falsas con el fin de infundir odio hacia el extranjero y los adversarios políticos. El único objetivo es polarizar la sociedad para crecer en escenarios de confrontación y violencia. E incluso se hacen llamamientos para acabar con los sistemas democráticos. Si en la oposición defienden el discurso del odio, la mentira y la barbarie ¿qué podemos esperar de ellos si alguna vez alcanzan el poder?
Hay un mensaje muy promovido por el neoliberalismo, que incluso está presente en la propaganda de algunos bancos, que dice aquello de “no me encasilles en ningún lado: no soy ni de izquierdas ni derechas, ni blanco ni negro, yo soy libre”. Estos eslóganes fáciles nos invitan permanentemente a ser especiales y únicos, a ser nosotros mismos, a ser diferentes, que siempre es la mejor recomendación. Pero todo esto no es sino el deseo del sistema de que abandonemos todo activismo político y permanezcamos en esa tierra de nadie tan fértil para ellos que se llama moderación. Es una defensa velada del individualismo, que es lo contrario del asociacionismo, y el poder neoliberal persigue desde hace décadas la desagregación del ser humano y la destrucción de cualquier movimiento que promueva la unión y la fraternidad. ¿Cuándo hemos sido “moderadas” las personas de izquierdas? A nosotros nos duele la desigualdad, la pobreza, la precariedad, la injusticia y el modelo neoliberal defendido por PP y PSOE en España como único camino posible.
Eduardo Luis Junquera Cubiles.

Es un placer leerte siempre. En este artículo en concreto creo que sintetizas de forma clara un sistema que está creando sociedades vacías de valores. La única lucha que acepta este sistema es atacar todo lo que huela a comunismo como el mal más terrible que nos puede acontecer. Y ese discurso ha calado en unos ciudadanos semi acomodados que temen perder su forma de vida banal y superficial.
Gracias Eduardo
Enhorabuena