Durante el pasado siglo XX, Alemania trató de conquistar Europa mediante dos guerras de proporciones gigantescas que terminaron derivando en conflictos mundiales. El dominio del continente es un viejo sueño de la burguesía alemana desde la guerra Franco-prusiana de 1870. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, las potencias vencedoras y los propios alemanes decidieron poner fin a toda aventura militar y plasmaron en la Constitución del país germano la prohibición al ejército de desplegarse en el exterior. Alemania es una nación traumatizada por su pasado belicista y por el Holocausto. Por esta razón, el rechazo de la opinión pública a una mayor inversión militar es total, y solo los últimos ataques terroristas en el continente europeo han abierto un cierto debate para autorizar al ejército el apoyo a la policía con el fin de evitar atentados en el país. También ha influido en esta cuestión un informe confidencial del Ministerio de Defensa alemán filtrado a los medios de comunicación a comienzos de este año, en el que se describen con detalle las enormes carencias materiales de la Bundeswehr, que llegan a un extremo tal que es posible que Alemania no pueda asumir las obligaciones contraídas al aceptar el mando de la misión internacional de intervención rápida en el Este de Europa (VJTF), en 2019. Según denuncias de la prensa germana que ha tenido acceso al informe, “ya no es que les falten tanques, que también, es que nuestros soldados no tienen chalecos de protección, ropa de invierno apropiada y tampoco tiendas”.

        El diario Die Welt, también daba cuenta de las limitaciones de las Fuerzas Armadas alemanas en cuanto a equipamientos de todo tipo que, incluso, harían peligrar los compromisos de Alemania con la OTAN, puesto que los aviones de combate Eurofighter y Tornado, además de los helicópteros de transporte CH-53, no se encuentran en estado operativo porque apenas se utilizan cuatro meses al año para llevar a cabo ejercicios destinados a la formación de pilotos, mientras que el resto del tiempo permanecen en tierra. La precariedad del ejército alemán es tal que, hasta el partido de Los Verdes, formación tradicionalmente antibelicista, ha llamado la atención sobre este hecho, destacando que los problemas son comunes en los tres ejércitos. Este problema se produce en la economía más importante de Europa y, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en el segundo exportador de armas de la Unión Europea, tan solo superado por Francia.

        La Carta Magna alemana de 1949 otorga al ejército la defensa de la nación y menciona de manera precisa las situaciones en las que las Fuerzas Armadas pueden adquirir funciones diferentes de aquelas que marca la Constitución. Así, el ejército alemán puede actuar en el interior del país en caso de catástrofes naturales. Ironías del destino: en 1997, la primera vez que el ejército teutón salió de sus fronteras desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, lo hizo para ayudar a Polonia a construir diques con el fin de contener las inundaciones causadas por el desbordamiento del río Oder, en la frontera entre ambos países. Pero hubo que esperar a marzo de 1999 para ver la primera participación del ejército alemán en una operación bélica fuera de su territorio desde 1945. Fue en la antigua Yugoslavia: dentro de la operación ordenada por el secretario general de la OTAN, el español Javier Solana, se iniciaron los bombardeos de Belgrado en los que participó la fuerza aérea alemana, la Luftwaffe.

        Estados Unidos fue el principal valedor de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Sin el Plan Marshall, el gigante germano no hubiera salido adelante de una manera tan rápida. Tras Reino Unido y Francia, Alemania fue el mayor receptor de fondos procedentes del plan diseñado por la Administración Truman, que se enfrentó a la Rusia de Stalin y a la Francia del general de Gaulle, cuyos proyectos, prácticamente, eran convertir a Alemania en un país de campesinos. A la ayuda de Estados Unidos hay que unir las inteligentes políticas económicas del ministro de Economía de Adenauer-a la postre, su sucesor en la cancillería, Ludwig Erhard-, que llevó a cabo una serie de reformas que dieron lugar al conocido como “milagro económico alemán”. Durante el período que va de 1950 a 1960, el desempleo pasó del 11% a poco más del 1%, mientras que el producto interior bruto creció a ritmos constantes del 8%. No hubo tal milagro: estas cifras habrían sido imposibles sin la ayuda del Plan Marshall, a la que se unió el Acuerdo de Londres, un tratado firmado en 1953 mediante el cual se reducía en más de un 60% la deuda de Alemania con 20 naciones, entre las cuales se encontraban los tres mayores acreedores, Estados unidos, Reino Unido y Francia. Sin estos dos factores, el Plan Marshall y el Acuerdo de Londres, no se habría producido la definitiva recuperación económica del país germano.

 

Eduardo Luis Junquera Cubiles.