Me pregunto cuál habría sido el relato histórico de los nazis si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial. No me refiero solo al relato oficial, en aquel tiempo cargado de hipérboles y grandilocuencias, sino también a la narración que se hace en las casas, en las familias y en los círculos sociales más pequeños. El relato falso pervive en las sociedades no por la astucia con la que es presentado en los medios, sino porque el supremacismo nos hace defender lo indefendible, justificar lo injustificable y aceptar lo inaceptable. El proceso catalán muestra a las claras que no mostramos la misma empatía hacia los “nuestros” que hacia aquellos a quienes consideramos diferentes. No obstante, aunque últimamente se habla mucho del supremacismo catalán, hay muchos más ejemplos que podríamos citar porque en el imaginario de cada país suelen superponerse y confundirse nacionalismo, patriotismo, racismo, chauvinismo y supremacismo, y todo deriva en diferentes formas de discriminación que debemos combatir. Las mismas frases salvajes que el español ha utilizado tradicionalmente para referirse al musulmán-el moro-nos parecen condenables e inaceptables cuando los franceses o los anglosajones hablan de nosotros en esos mismos términos. Me viene a la cabeza el odio ancestral entre dominicanos y haitianos, empeñados desde la noche de los tiempos en inventarse como monstruos los unos a los otros por encima de todo, pero existen incontables ejemplos. El nacionalismo es intrínsicamente perverso porque conlleva una ideología aniquiladora en la medida en que solo es considerado como ser humano completo y merecedor de todos los derechos aquel que pertenece al grupo o nación. En los proyectos de carácter nacionalista todo se subordina-incluso el amor hacia los demás-a mitos y entelequias que a nada conducen porque ninguna discriminación puede ser considerada como una forma de progreso.

Cuando leo las crónicas sobre el terrorismo etarra elaboradas por el Departamento de Educación del País Vasco, es decir, por el PNV, compruebo horrorizado, una vez más, que hay una cierta justificación de la actividad de la banda terrorista ETA. En realidad, es más que posible que quienes han confeccionado el material “educativo” no hayan llevado a cabo tamaña manipulación de forma consciente. Desde ese punto de vista, el supremacismo obnubila de tal forma nuestro pensamiento que podemos justificar incluso el asesinato del otro cuando ese otro es percibido como diferente, porque de la consideración de diferente a la de inferior media solo un paso, de ahí mi alergia hacia todos los nacionalismos, el español incluido. Sí creo firmemente que el nacionalismo español adquiere una cierta superioridad moral sobre el nacionalismo catalán o el vasco porque, habiendo vivido años en ambos territorios puedo decir que, mientras el sistema político español permite a los nacionalismos ser y desarrollarse, los nacionalismos del País Vasco y de Cataluña aspiran a borrar todo signo de españolidad de la memoria de ambas comunidades, y no solo eso, sino que se recurre frecuentemente a falsear y manipular la historia con el fin de estigmatizar lo español y blanquear tanto el terrorismo que existió, como el fascismo segregacionista que anida en ambas formas de nacionalismo.

Según un estudio de la Universidad de Deusto realizado en 2017, el 47% de los estudiantes vascos no sabían nada del atentado de Hipercor, el 40% desconocía todo lo que supuso el asesinato de Miguel Ángel Blanco y un 38% tampoco tenía conocimiento de las actividades de los GAL. El desconocimiento de la historia y su cronología resulta ser una “bendición” para nuestros gobernantes. Y ese desconocimiento es lo que hace que unos sean tildados de héroes y otros de asesinos.

Eduardo Luis Junquera Cubiles.