Con estos antecedentes históricos sobre la mesa, Alemania se consideraba en deuda con EE. UU., tal vez por eso consintió en desplegar tropas en Afganistán en 2001, como parte de la respuesta estadounidense al ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York. Solo desde ese punto de vista, más emocional que racional, puede entenderse el respaldo a Estados Unidos en aquella tarea, puesto que los requisitos que la Constitución del país establece para que Alemania pueda llevar a cabo una misión militar en el exterior son que exista un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU y que el Parlamento apruebe la participación en la misión. La ONU no autorizó ni los bombardeos de Belgrado durante la Guerra de Kosovo en 1999, operación ejecutada por la OTAN; ni la intervención en Afganistán en 2001, operación llevada a cabo inicialmente por EE. UU. y Reino Unido, a la que luego se sumó una coalición de países, la denominada Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), un contingente establecido por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en diciembre de 2001 con el fin de asegurar Kabul y las zonas más cercanas. En 2003, la OTAN se hizo cargo de la ISAF. Durante las dos intervenciones, el canciller de Alemania era el socialdemócrata Gerhard Schröder (SPD).
También se puede considerar como especial la relación de Alemania con Rusia, el país que más sufrió la Segunda Guerra Mundial con más de 20 millones de muertos. Incluso después de la anexión de Crimea en 2014, tras las sanciones aplicadas por la Unión Europea a Rusia por su papel jugado en la crisis, siempre hubo políticos alemanes partidarios de no sancionar al gigante ruso y de intentar un acercamiento a Vladimir Putin en contra del criterio del resto de miembros de la OTAN y de la Unión Europea. Si bien es cierto que las sanciones aplicadas por Europa a Rusia han tenido un alcance limitado y, posteriormente, la mayoría de países de la Unión han podido negociar de forma unilateral acuerdos económicos con Rusia sin mayores dificultades. De hecho, Sigmar Gabriel (SPD), ministro de Exteriores de Ángela Merkel entre enero de 2017 y marzo de 2018 se mostró partidario de relajar las sanciones a Rusia.
Otro tanto podemos decir en el caso de Israel, un país que siempre tendrá una relación singular con Alemania por evidentes razones históricas. En los últimos años, Alemania e Israel han celebrado consejos de ministros conjuntos en los dos países, e incluso barcos de guerra alemanes patrullaron en 2011 frente a las costas de El Líbano con el fin de impedir el contrabando de armas en la zona y para contribuir a la seguridad de la frontera norte de Israel. Ángela Merkel llegó a ofrecer a Israel un acuerdo de seguridad durante una visita a Jerusalén en febrero de 2011. En cualquier caso, esta buena relación no fue obstáculo para que Alemania se opusiese al reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel por parte del presidente de EE. UU., Donald Trump, el 6 de diciembre de 2017. Ángela Merkel declaró que el estatus de la ciudad “Debe negociarse en el marco de una solución de dos Estados”. Del mismo modo, la canciller alemana apoyó a su ministro de Asuntos Exteriores, Sigmar Gabriel, en su decisión de reunirse durante su visita a Jerusalén el 25 de abril de 2017 con dos grupos israelíes, “B’tselem” y “Breaking The Silence”, conocidos por sus duras críticas e informes sobre las políticas israelíes contra los palestinos en los territorios ocupados. En respuesta a esta reunión, Benjamín Netanyahu canceló su encuentro con el ministro, Sigmar Gabriel. Las ONG israelíes consideradas de izquierdas declaran de continuo ser víctimas de acoso por parte del actual Gobierno de Netanyahu, al que definen como “derechista radical”.
Eduardo Luis Junquera Cubiles.
Muy cierto. Artículo brillante.