Breve historia de la regulación bancaria:

        En 1933, el Gobierno de Franklin Delano Roosevelt aprobó la Ley Glass-Steagall, una serie de normas regulatorias que pretendían separar por completo las actividades de la banca tradicional de las de la banca de inversión, centrada en las operaciones de bolsa. Esta ley dio lugar al nacimiento de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos, que garantizaba (y sigue garantizando) los depósitos frente a las pérdidas derivadas de una quiebra bancaria. La ley también limitaba los riesgos que un banco podía asumir. El nuevo marco regulatorio provocó una cautela a la hora de manejar el dinero de los ahorradores por parte de los banqueros y tuvo el mismo efecto sobre la concesión de préstamos. En 1978, un fallo de la Corte Suprema de Justicia de EE. UU. impidió a los estados federales limitar las tasas de interés de las tarjetas de crédito de los bancos de otros estados, lo que abrió la puerta a nuevas formas de usura por parte de la banca. En 1980, el Gobierno de Carter suprimió la regulación que obligaba a los bancos a pagar intereses por sus depósitos mediante el Acta de Control Monetario y Desregulación de las Instituciones Depositarias (DIDMCA). Otras cuestiones principales reguladas por el acta eran las relativas a los servicios financieros al permitir a las entidades de ahorro y préstamo ofrecer más productos financieros, así como utilizar los ahorros de los ciudadanos de forma menos segura.

        En 1982, el Gobierno de Ronald Reagan desregula el sector de las cajas de ahorro con la aprobación de la Ley Garn-St Germain, que permitió a los bancos dar crédito a tasas ajustables con avales mínimos y con nula seguridad, y eliminó otras restricciones sobre los préstamos, como la de adelantar un dinero para obtener una vivienda. Este tipo de medidas supusieron un incentivo a las prácticas de riesgo porque los bancos entendieron rápidamente que prestar dinero a clientes no del todo solventes era una operación que se hacía a un interés mayor que cuando se prestaba a un cliente cumplidor. A finales de la década de los ochenta, la desregulación bancaria provocó una crisis que se saldó con la pérdida de 130.000 millones por parte de los ciudadanos estadounidenses. En realidad, la Ley Garn-St Germain provocó que las cajas estadounidenses se dedicasen a especular con los ahorros de sus clientes. Hay diferencias significativas en la gestión de la economía entre demócratas y republicanos: en general, la deuda del Estado no cesó de disminuir desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1980. La deuda aumentó durante los dos mandatos de Ronald Reagan, disminuyó con los de Clinton y de nuevo subió con el Gobierno de Bush hijo. La desregulación tuvo otro efecto pernicioso: el aumento aún más desbocado de la deuda privada.

        La Ley McFadden de 1927 fue muy eficaz a la hora de limitar el tamaño de los bancos de Estados Unidos desde los años treinta hasta mediados de los setenta. Los años ochenta fueron pródigos en eliminar barreras y restricciones a la banca, pero se necesitaba una legislación más concreta que permitiese a los bancos la creación de emporios más grandes y diversificados. La media anhelada por la banca llegó en 1994, cuando fue aprobada la Ley Riegle-Neal, que permitía a los bancos estadounidenses abrir sucursales en todos los estados del país, algo que no podían hacer hasta entonces. En realidad, la combinación de las medidas regulatorias de la Ley McFadden y la Ley Glass-Steagall, habían sido suficientes para evitar grandes concentraciones en el sistema bancario estadounidense, pero la Ley Riegle-Neal lo cambió todo: esta medida acabó también con las barreras legales que impedían las concentraciones bancarias, de manera que incentivó la proliferación de fusiones entre los bancos estadounidenses.

        Ya en 1999, para demostrar que el bipartidismo no es más que la forma de gobierno elegida por el sistema para perpetuar su dominio, Bill Clinton derogó la Ley Glass-Steagall. Los demócratas, antes y después de Clinton, apoyaron medidas de desregulación, luego resulta demasiado ingenuo pensar que son menos responsables del advenimiento del neoliberalismo que los republicanos. En la derogación de la Ley Glass-Steagall jugó un papel fundamental Sandy Weill, ex Director General de Citibank, que hizo lo imposible por acabar con la ley con el fin de conseguir la fusión entre Citibank y Travelers Group para dar lugar al Citigroup, que se convirtió en el banco más grande del planeta. La clave estribaba en que Travelers Group era una compañía de seguros que había comprado dos bancos de inversion, Smith Barney y Shearson Lehman, y la Ley Glass-Steagall establecía que los bancos como el Citibank no podían realizar actividades de seguros ni de banca de inversión. Fue Phil Gramm, senador tejano y presidente del Comité del Senado para la Banca, Vivienda y Asuntos Urbanos, el gran promotor de varias medidas desreguladoras, de las cuales la Ley Gramm-Leach-Bliley de 1999 fue la más importante porque revocaba la Glass-Steagall y, lo que era más importante, legalizaba, con efecto retroactivo la fusion Citibank-Travelers. El sistema dispone de múltiples mecanismos con los que alentar a los políticos a hacer exactamente lo que el poder financiero desea: mientras Phil Gramm permanecía en el Comité del Senado, el sector bancario aportó generosas sumas a su campaña, lo que, esencialmente, significaba apoyar a alguien que les favorecía adaptando las leyes o confeccionándolas a su medida. Como ocurre con tanta frecuencia, cuando Gramm dejó la política lo hizo para aterrizar en la empresa privada, concretamente en el grupo suizo, UBS, uno de los bancos más grandes del mundo. Para apoyar la iniciativa de Gramm fue fundamental Robert Rubin, secretario del Tesoro estadounidense entre 1995 y 1999. Antes de ocupar el cargo, Rubin había sido copresidente de Goldman Sachs, uno de los bancos de inversión más importantes del mundo y, desde luego, el que más exempleados ha conseguido colocar en puestos de poder importantes en la esfera política. No podemos extrañarnos de que las políticas económicas sean de corte neoliberal cuando el neoliberalismo subvenciona legalmente al poder político y cuando la sociedad ha normalizado que las relaciones cordiales y fluidas entre ambos grupos-que ya son lo mismo en la mayor parte de Occidente-forman parte de lo deseable.

        En el año 2000, se crea en Estados Unidos el nuevo mercado de derivados-la clave de todo el desastre posterior-, que se convierte en semiprivado al no estar sujeto a normas exigentes como las que regían hasta 1999, cuando se derogó la Ley Glass-Steagall. El desastroso marco legal aprobado para el nuevo mercado de derivados eximió de controles al mismo en cuanto a registro y revelación de información y también en lo que respecta al control de las entidades por parte de las administraciones y organismos reguladores. De esta forma, ni la Comisión Nacional del Mercado de Valores de EE. UU. ni la Comisión de Comercio de Futuros de Productos Básicos, que había sido creada en 1975 para el control del mercado de futuros y materias primas, tienen potestad para supervisar las operaciones del mercado de derivados. Entre las principales operaciones que se llevan a cabo en este mercado están las operaciones Over the Counter (OTC), operaciones privadas y opacas no sujetas a registro alguno ni a ningún órgano que las pueda inspeccionar. Es necesario recalcar esta cuestión: en lo que respecta a las operaciones OTC los gobiernos no tienen competencias y ni siquiera disponen de información comprobable. Se estima que este tipo de operaciones suponían a finales de 2012 unos 632 billones de dólares o lo que es lo mismo, 9 veces el tamaño de la economía mundial. Se calcula que EE. UU. es el origen del 35% de los derivados que se generan en el mundo. En 2010, el diario The New York Times denunciaba la existencia de un grupo de apenas 13 bancos-seis estadounidenses y siete europeos-que controlan la mayor parte del mercado de derivados imponiendo prácticas abusivas y monopolísticas. Se trata de JP Morgan Chase, Citibank, Goldman Sachs, Bank of America, Morgan Stanley y Wells Fargo por parte de Estados Unidos, mientras que los nombres europeos de esta lista son el Deutsche Bank, BNP Paribas, Credit Suisse, UBS, Barclays, HSBC y Société Générale. El otro gran centro mundial es la City de Londres, donde están establecidos el 80% de los fondos de inversión que operan en el planeta.

Eduardo Luis Junquera Cubiles.