La especulación con alimentos:
Como antes decíamos, en el mundo de la economía especulativa todo es susceptible de ser vendido o comprado, todo. Después de la explosión en Estados Unidos de la llamada “burbuja de las puntocom” (las nuevas empresas tecnológicas que empezaron a cotizar en bolsa a finales de los años noventa) en el año 2000 y del derrumbe del mercado inmobiliario y crediticio en Europa y Estados Unidos durante la crisis financiera de 2007-2008, gran parte del dinero procedente de la banca financiera buscó refugio en el mercado de las materias primas. Los mercados estadounidenses en los cuales se negocian los precios mundiales de las materias primas fueron esenciales para entender la desmesurada escalada de precios de algunos alimentos en el período 2001-2008. Es posible que ese aumento de los precios en muchos productos básicos apenas nos afecte como ciudadanos de naciones opulentas, pero el hecho es que la especulación con materias primas de la industria alimentaria produjo la muerte por inanición en millones de personas y un aumento del hambre a nivel planetario en ese período. Según la FAO, la Agencia Especializada de la ONU para la Agricultura y la Alimentación, “el índice de los precios de los productos alimentarios pasó de 139 a 219 entre febrero de 2007 y febrero de 2008. Los incrementos más altos se dieron en los cereales (índice 152 a 281) y los productos lácteos (índice 176 a 278)”. El precio del trigo alcanzó “los 400 dólares la tonelada en abril de 2008, el doble respecto al año anterior, mientras unos años antes había rondado los 50 dólares por tonelada”; por lo que se refiere al precio del arroz, llegó a su nivel más alto en diez años. En el caso de Bangkok, por ejemplo, el precio pasó de 250 a 1.000 dólares por tonelada.
Jean Ziegler, relator de la ONU para el Derecho a la Alimentación explicaba en 2013 las razones del aumento del precio de los alimentos: “Varios factores son el origen del aumento de los precios de los productos alimentarios de base en 2008: el aumento de la demanda global de biocarburantes, la sequía y, por consiguiente, las malas cosechas en algunas regiones, el nivel más bajo de las reservas mundiales de cereales en treinta años, el aumento de la demanda de carne y, por lo tanto, de cereales por parte de los países emergentes, el elevado precio del petróleo y, sobre todo, la especulación. Después de la implosión de los mercados financieros, causada por ellos mismos, los fondos de inversión migraron a los mercados de materias primas, sobre todo a los mercados agroalimentarios. La llegada de los fondos especulativos al mercado agrícola, como era de esperar, no trajo nada bueno, al contrario, se produjo el mismo aumento en la volatilidad que se produce en todo mercado atacado por la economía especulativa. Tan solo en París, el número de contratos ligados al trigo pasó de 210.000 a 970.000 en el período 2005-2007”.
Los informes de la FAO en este sentido son bastante concluyentes y revelan el verdadero carácter de la economía especulativa: solo el 2% de los contratos a plazo relativos a alimentos terminan en la entrega real de una mercancía, el 98% restante es sometido a una constante especulación. Otra consecuencia de la actividad especulativa es el acaparamiento de las tierras cultivables por parte de los fondos de inversión. Según el Banco Mundial, en 2011, 41 millones de hectáreas de tierras cultivables fueron acaparadas por fondos de inversiones y multinacionales únicamente en África, con el resultado de la expulsión de los campesinos que cultivaban las tierras.
A comienzos de 2011, un alto ejecutivo de Cargill, el gigante industrial estadounidense que no solo está presente en la industria alimentaria, sino también en el transporte, las finanzas, la cosmética, la energía o el sector farmacéutico, declaró que los acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia en el verano de 2010-importantes sequías, pérdidas de cosechas de cereales e incendios-constituían “una importante oportunidad de negocio”. Es así, exactamente, cómo piensan los directivos que dirigen la economía especulativa y la gran banca. Donde los demás vemos problemas de índole humanitario ellos ven “oportunidades de negocio”. Desde Cargill, que junto a las también estadounidenses Bunge y Archer controlan el 90% del mercado mundial de los cereales, se pudo prever que Rusia se vería obligada a interrumpir de forma temporal las exportaciones de trigo y otros cereales, anticiparon que eso llevaría al desabastecimiento a los países importadores de los cereales rusos, y pusieron todos los medios para almacenar los granos allá donde los hubiera para, posteriormente, trasladarlos a los puntos estratégicos y esperar a que la especulación y el acaparamiento produjeran un alza en los precios. Efectivamente, los rusos suspendieron en el verano de 2010 las exportaciones de cereales hasta 2011. Como consecuencia de esta decisión, en septiembre de 2010 el precio del trigo en la bolsa de futuros de Chicago sufrió un aumento del 60%. Una resolución del Parlamento Europeo de enero de 2011 consideraba que los movimientos especulativos causaban el 50% de los incrementos del precio de los alimentos. No es necesario explicar que la economía mundial se mueve más por intereses ilegítimos e incluso criminales que por razones humanitarias. Así, un informe del Banco Mundial de principios de 2011 consideró que entre finales de 2010 y comienzos de 2011 el aumento de los precios de los alimentos había generado 44 millones de pobres a nivel mundial. A la vez, en la Bolsa de Chicago, que constituye el mayor mercado mundial de productos agropecuarios, solo entre 2010 y 2011 el trigo se disparó un 27,8%, la soja un 44,4%, la leche un 37,3%, el maíz un 78,2% y la mantequilla un 44%.
El Mercado de Chicago nació en 1851 como el lugar idóneo para que los agricultores del medio Oeste estadounidense negociasen entre ellos un precio justo para sus productos. Desde 2007 está integrado en el Chicago Mercantil Exchange, que también controla el índice bursátil Dow Jones y el mercado de futuros de Kansas City, el mercado más importante del mundo para la negociación del trigo. La desregulación del mercado de derivados en Estados Unidos facilitó la entrada a gran escala de inversores institucionales en 2003. Una de las entidades que accedió a ese mercado fue Goldman Sachs, pionera al proporcionar un índice que permitía a los inversores seguir a tiempo real los cambios en el margen de precio, incluidos los productos agrícolas. En 2008, las inversiones de este tipo de fondos se habían multiplicado ya por 25. Incluso los técnicos del Banco Mundial piensan que fluctuaciones tan súbitas en los precios tienen su origen en la especulación.
En realidad, como ocurrió en otras áreas de la economía productiva, todo funcionó con cierta normalidad hasta que alguien decidió, en aras de la libertad de mercado, que los productos agrícolas podían ser comprados y vendidos antes incluso de que fueran recolectados. Cuando los grandes inversores no vieron límite legal a sus actividades, cantidades ingentes de dinero que viajaban de uno a otro lugar del mundo provocaron una subida de precios que constituía para ellos la esencia misma del negocio, sin importar las consecuencias en forma de hambre o escasez que pudiesen afectar a otras personas. No es extraño que el balance de negocios de 2009 de Goldman Sachs señalase unos beneficios procedentes de la especulación con materias primas de 5.000 millones de euros, lo que suponía la tercera parte de las ganancias netas del grupo. Un año antes, el 7 de mayo de 2008, los socialistas europeos denunciaron ante el Parlamento Europeo que algunos bancos de la Unión Europea ofrecían fondos de inversión referenciados a los precios de los alimentos prometiendo altas rentabilidades que contribuirían en última instancia al aumento de precios. Entidades como el banco belga KBC llevaban a cabo grandes campañas de propaganda y se aprovechaban del encarecimiento de algunos productos básicos con el fin de asegurar intereses del 14% que se obtendrían con la especulación de algunas materias primas como el trigo, el maíz, la soja, el azúcar, el cacao y el café. En 2003, las inversiones en materias primas alimentarias eran de unos 13.000 millones de dólares, cifra que llegó a 317.000 millones en 2008. Algunos analistas calculaban que la cantidad real de dinero era 15 veces mayor que el tamaño del mercado agrícola mundial, lo cual da una idea del grado de especulación en el sector. Tomando como referencia las cifras reales de la Bolsa de Chicago sabemos que cada año se negocia en este mercado una cantidad de trigo que resulta ser el equivalente a 50 veces la producción mundial del mismo. La especulación con este cereal genera un movimiento 50 veces superior a su valor, algo impensable en la economía real, que sí sucede en la economía financiera.
Lo cierto, es que los campesinos de todo el planeta son cada vez más dependientes de las grandes multinacionales, entre otras cosas porque la agenda política de las grandes potencias como EE. UU. o la Unión Europea las protegen. Las mismas empresas que controlan el mercado mundial de los abonos y los productos químicos usados en la agricultura son las que monopolizan el mercado mundial de las materias primas alimentarias: Monsanto, ya fusionada con Bayer, DowDuPont, producto de la fusión de los gigantes estadounidenses Dow y Du Pont, y la empresa resultante de la adquisición de la suiza Sygenta por parte de la China ChemChina controlan el 60% de las semillas del planeta, el 70% de los productos químicos necesarios para el cultivo de alimentos y casi la totalidad de las patentes de los alimentos transgénicos del mundo. Si durante los últimos 20 años hemos asistido a un aumento en la especulación con productos alimentarios, no podemos más que sospechar que las tres grandes fusiones que han dado lugar a estos tres gigantes tengan el efecto de concentrar aún más el poder de los grandes grupos con el fin de obligar a más países a adoptar un único modelo agrícola que excluye y empobrece a los pequeños agricultores. A esto habrá que añadir el poder de presión de este grupo de empresas y su capacidad de influir en la legislación de cada país para convertir en legales sus tropelías, otro tanto podemos decir de su capacidad económica para invertir en investigación para luego imponer la mayor parte de sus productos a los agricultores. Estas empresas también tienen entre sus principales objetivos el control del mercado mundial de las patentes y la propiedad intelectual. Todas estas cuestiones, presumiblemente, redundarán en la desaparición de los pequeños productores, en la reducción de la competencia y en un aumento de la especulación con los productos alimentarios.
Un informe del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (Ipes, por sus siglas en inglés), una organización sin ánimo de lucro formada por personas independientes expertas en seguridad alimentaria, ecosistemas agrícolas y nutrición afirma que “está en camino una ola de consolidación corporativa sin precedentes”. El informe habla de “consolidación” refiriéndose al hecho de que las tres grandes empresas tendrán acceso a grandes bancos de información genética, fundamentales para el crecimiento en lugares como el África subsahariana, que a la escasez de alimentos une el problema de una población en constante aumento. Durante los procesos de independencia de los países africanos, estos eran autosuficientes y exportadores netos de bienes alimentarios. Incluso después de su emancipación, concretamente en el período 1966-1970, la cifra de exportaciones de alimentos alcanzó la cifra de 1,3 millones de toneladas, mientras que el continente importa hoy aproximadamente el 25% de los alimentos que necesita. Según la FAO, el déficit alimentario en el oeste de África aumentó un 81% en el período de 1995-2004. Durante el mismo espacio de tiempo, la importación de cereales aumentó un 102%, la de azúcar un 83%, la de productos lácteos un 152% y la de aves un 500%. De acuerdo con un informe de 2007 del Fondo Internacional del Desarrollo Agrícola (FIDA), esta zona de África tiene plena capacidad de producir alimentos para su población. Todo esto es lo contrario de lo que el mundo necesita porque todos los estudios prueban que el problema del hambre no depende del abastecimiento, sino de la pobreza, la falta de democracia, la desigualdad y la falta de acceso a recursos como la tierra y el agua. La existencia de grandes empresas puede producir una falsa ilusión de competencia entre ellas, pero como bien enseña la historia del capitalismo, en muchas ocasiones los grandes grupos tienden a pactar los precios y a intentar aumentar su influencia en los gobiernos para que estos elaboren leyes a su medida. En realidad, durante los últimos 25 años todo se mueve en la misma dirección: fortalecer a los grupos más grandes y promover las fusiones entre ellos. En esto ha sido fundamental el ataque neoliberal hacia los sectores públicos de los grandes países en connivencia con el poder político. Como consecuencia de ello, en el terreno de la investigación alimentaria las instituciones públicas han reducido su inversión en investigación, que ha quedado finalmente en manos del sector privado.
Pero, aun siendo la agricultura una actividad dependiente de condiciones meteorológicas o de otras cuestiones impredecibles, no podemos ignorar las decisiones políticas que nos han traído hasta aquí. Las políticas impulsadas desde el FMI, el Banco Mundial y, posteriormente, la Organización Mundial del Comercio (OMC) han obligado a los países pobres y a muchos desarrollados a disminuir su inversión en producción alimentaria y también su apoyo a los campesinos y pequeños agricultores, que son quienes proveen el 80% de los alimentos del mundo. Los expertos coinciden en señalar que las crisis alimentarias del período 2008-2011 no son excepcionales y continuarán produciéndose porque las mismas condiciones que han dado lugar a estos episodios siguen vigentes o se agravarán. El proceso del hambre en muchos rincones del mundo comenzó por la destrucción de las pequeñas granjas y plantaciones de agricultura familiar. A medida que han ido aumentando las exigencias de competitividad y los estándares impuestos a los agricultores, se redujeron también las ayudas a los pequeños campesinos, lo cual ha convertido en inviable toda agricultura que no sea ejercida por los grandes productores. A cambio de moratorias en el pago de la deuda o de reestructuraciones de la misma, el FMI impone a los países en desarrollo-los PED-ajustes estructurales que implican lo mismo en todas partes: reducción de inversión en educación y sanidad, liberalización de la economía, privatización de servicios públicos y reducción e incluso eliminación de subvenciones a la agricultura, a los alimentos básicos y a las familias más necesitadas. Ante semejante desatino, muchos países en desarrollo se ven obligados a priorizar cultivos más rentables en los mercados internacionales porque difícilmente pueden vender la producción propia a una población empobrecida y porque de forma encarecida necesitan divisas con las que financiar al Estado. Esto explica que países como Perú o Kenia hayan apostado por el cultivo de flores en áreas que antes dedicaban al cultivo de otros productos o que los fértiles suelos brasileños, tradicionalmente dedicados a diversas actividades de agricultura se dediquen hoy de forma masiva a la producción de soja. Haití cultiva naranjos en áreas que en el pasado destinaba a la producción de alubias, uno de los alimentos base de los haitianos.
El caso del propio Haití es revelador: el país caribeño era autosuficiente en lo que respecta al cultivo de cereales en los años setenta, solo con el arroz producido en suelo haitiano el país era capaz de alimentar a su población. En la actualidad, Haití importa el 60% de sus alimentos, la explicación no estriba solo en la eficiencia de la agricultura local, sino en que las importaciones de arroz estaban gravadas con una tasa del 30%. El país sufrió dos durísimos planes de ajuste estructural diseñados por el FMI en 1995 y 2003 que, entre otras muchas cuestiones, tuvieron un efecto decisivo en la importación de arroz procedente de Estados Unidos. Ya en 1986, tras el derrocamiento del dictador, Jean-Claude Duvalier, el país había levantado algunas restricciones aduaneras. Entre 1985 y 2004, las importaciones de arroz pasaron de 15.000 a 350.000 toneladas, mientras que la producción de los agricultores haitianos pasaba de 124.000 toneladas a 73.000. Hoy, el gobierno de Haití gasta un 80% de sus ingresos en comprar comida, mientras que los pequeños campesinos arroceros han emigrado masivamente a los barrios de chabolas de Puerto Príncipe. En abril de 2008, año y medio antes del terremoto que devastó el país en enero de 2010, estos campesinos lideraron las llamadas revueltas del hambre, que ocasionaron varios muertos, cientos de heridos y provocaron la caída del Gobierno haitiano. Lo mismo ocurrió en Zambia y también en Ghana, donde en 2003 el Parlamento decidió volver a introducir una tarifa aduanera del 25% para el arroz importado. El FMI reaccionó obligando al Gobierno ghanés a anular la ley.
Haití es el ejemplo perfecto de la política imperialista en el plano económico: en febrero de 1991, Jean Bertrand Arístide inició su mandato como primer presidente electo de la historia del país. Obtuvo el 67% de los votos y fue derrocado el 30 de septiembre del mismo año mediante un golpe de Estado encabezado por el general Raúl Cedras y apoyado por la cúpula militar y los miembros de la élite económica haitiana. La Organización de Estados Americanos (OEA) condenó el golpe y decretó un embargo sobre Haití. La comunidad internacional logró que el caso fuera tratado en las Naciones Unidas donde, en junio de 1993, se aprobó una resolución en la que se conminaba a restaurar la democracia en Haití. En 1995, bajo la tutela de Washington y del FMI (el FMI impuso un crédito al país como condición para la vuelta de Arístide), el Gobierno del repuesto presidente Arístide redujo prácticamente a cero los aranceles de varios productos alimenticios. De esta manera, los impuestos sobre el comercio del arroz pasaron del 35% al 3%. El ex presidente de Estados Unidos entre 1993 y 2001, Bill Clinton, tuvo un papel fundamental en la gravísima crisis alimentaria de Haití en esos años. Entre 1979 y 1992, Clinton había sido gobernador del estado de Arkansas, que es hoy el primer productor de arroz de EE. UU., aunque entonces no lo era, pero este tipo de políticas promovidas por la Administración Clinton fueron decisivas para aumentar la producción del cereal y para conseguir nuevos mercados para los productores de Arkansas. Las subvenciones de Clinton al arroz estadounidense unidas al plan de ajuste del FMI supusieron un incremento del 150% de la importación de arroz en Haití entre 1994 y 2003, la mayor parte del arroz provenía de EE. UU. y se vendía en Haití a un precio inferior del precio de producción del arroz haitiano. Incluso hoy, el arroz estadounidense es más accesible para el haitiano que el arroz propio, y, sorprendentemente, las zonas de producción del arroz haitiano son las que sufren las mayores tasas de desnutrición del país.
Esto es lo que ocurre cuando se prioriza el interés de los mercados en detrimento del desarrollo del ser humano. Los mismos criterios de explotación aplicados al arroz se aplican a otros productos. La ONG, OXFAN, denunció en 2016 la entrada en el país de 550 toneladas de cacahuete como parte de una donación del Gobierno estadounidense. La entrega era parte del programa «Stocks for Foods», que comenzó en 2007 y que transfería algunos productos agrícolas sobrantes en el inventario del Gobierno de EE. UU. a programas de alimentación destinados a otros lugares de Estados Unidos y del extranjero. Gracias a las medidas «Farm Bill», destinadas a mejorar la producción agrícola estadounidense y aprobadas por el presidente Barack Obama en 2014, los agricultores estadounidenses reciben subvenciones a cambio de plantar mayores cantidades. Así es como la producción de cacahuete estadounidense en 2015 se convirtió en una donación para Haití. El problema es que el cultivo de cacahuete es la principal fuente de ingresos para cientos de pequeños agricultores que lo plantan y lo venden en las regiones del centro y del norte del país. La historia del arroz y del cacahuete en Haití es la historia de la intervención estadounidense en el país. Ya en 1983, el Gobierno de Jean-Claude Duvalier había sacrificado 1,2 millones de cerdos siguiendo las recomendaciones de la USAID, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, desde la cual se alegó que los animales padecían la peste porcina africana, una enfermedad contagiosa. Con el fin de subsanar la pérdida de los animales, Duvalier importó 300.000 cerdos procedentes de Estados Unidos. Muchos de ellos no se adaptaron al clima del país caribeño y murieron. Los cerdos representaban la principal fuente de ingresos para los pequeños campesinos, de manera que muchos de ellos se arruinaron y se produjo una oleada de familias que huyeron del campo a las ciudades para integrarse en los barrios de chabolas alrededor de Puerto Príncipe.
Malawi, un diminuto país africano sin salida al mar situado entre Zambia y Mozambique, también sufrió con dureza las políticas impuestas desde el FMI y el Banco Mundial. Siguiendo indicaciones de este organismo con el fin de reestructurar su deuda, Malawi privatizó el sistema público de comercialización agrícola, un conjunto de procedimientos que permitía almacenar grano para hacer frente a períodos de sequía. También se suprimieron los planes de subvenciones a los fertilizantes y semillas dedicados a los pequeños agricultores. Cuando llegaron tiempos de penuria-derivados de la combinación de varios factores como la sequía, las inundaciones y las malas cosechas-el país no disponía ya de herramientas efectivas para hacer frente a los problemas. En 2002, Aleke Banda, ministro de Agricultura de Malawi, declaró que el FMI estimuló al Gobierno a vender al menos una parte de la provisión de alimentos del año 2000 con el fin de reducir la deuda. Desde el FMI se dijo que la institución tan solo aprobó una recomendación de la Comisión Europea para que Malawi disminuyera su excedente de granos. Malawi solo logró incrementar la producción de maíz al reintroducir los subsidios agrícolas una vez cancelada la deuda bajo la supervisión del FMI.
A finales de 2005, el Fondo Monetario Internacional canceló la deuda de Mali, que ascendía a más de 1.600 millones de dólares. Por supuesto, la cancelación se supeditó a la adopción de medidas de ajuste impuestas desde el Fondo. Una de las medidas “sugeridas” al Gobierno de Mali fue la de acabar con el precio subsidiado del algodón, una industria de la cual vivían unos 3,5 millones de personas en el país. Así, el algodón no subsidiado de Mali se vio obligado a competir en los mercados internacionales con los algodones subsidiados y producidos en Estados Unidos o la Unión Europea. En apenas unos años, la deuda de Mali ha vuelto a crecer, y los campesinos del país se han empobrecido y no tienen ni la menor oportunidad de competir con los campesinos de la Unión Europea y con los de EE. UU.
El listado de especulaciones con los alimentos es realmente inacabable: también en 2008, en Indonesia-el cuarto país más poblado del mundo-, durante la subida de precio de la soja que tuvo lugar a comienzos de ese año, la compañía PT Cargill Indonesia, filial de la estadounidense Cargill en el país acaparó 13.000 toneladas de soja en sus almacenes de Surabaya con el fin de que el almacenamiento aumentase los precios. En 1992, la producción de soja de Indonesia era suficiente para abastecer al país. Poco después, Indonesia abrió las puertas a los alimentos de importación. Como consecuencia de ello, la soja barata procedente de EE. UU. inundó el mercado indonesio destruyendo la producción nacional. La soja es producto de primera necesidad en Indonesia y el 60% de la que se consume hoy en el país es importada. En enero de 2008, la especulación de la soja en Estados Unidos alcanzó cifras récord y el precio de los productos hechos con esta legumbre llegó a doblarse en Indonesia, con catastróficas consecuencias para la población local. La expansión mundial de la soja está vinculada a los intereses de las grandes multinacionales porque su cultivo exige enormes inversiones en productos y maquinaria producidos también por grandes empresas, que en su mayoría son estadounidenses.
La vida de Méjico gira en torno al maíz, el principal producto agrícola del país en cuanto a volumen, valor de la producción, número de productores y superficie sembrada. El maíz ya formaba parte de la dieta mejicana, junto al frijol y al chile, antes de la llegada al país de los españoles. El 1 de enero de 1994 entró en vigor el NAFTA, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte que vincula a Estados Unidos, Canadá y Méjico. Desde 1994, Méjico no ha superado nunca el puesto número 15 entre todos los países de América del Sur en cuanto a ingresos por persona o al crecimiento del PIB, mientras que la tasa de pobreza se encuentra en cifras similares a las anteriores a la entrada en vigor del tratado. En realidad, el NAFTA fue una continuación de las políticas iniciadas en Méjico en los años ochenta del pasado siglo XX cuando, en un contexto en el que el país era especialmente vulnerable debido a la crisis de deuda y a la recesión mundial, sus dirigentes aplicaron medidas económicas impuestas desde Estados Unidos y el FMI tendentes a desregular la producción industrial nacional, a permitir la entrada de capital extranjero y a modificar el régimen de propiedad. Como consecuencia de estas medidas, aproximadamente el 70% del sistema financiero de Méjico es de propiedad extranjera.
Se calcula que unos dos millones de empleos netos desaparecieron de la agricultura mejicana cuando el maíz estadounidense subsidiado acabó con los pequeños agricultores tras la entrada en vigor del tratado. Antes del NAFTA, muchos mejicanos con problemas económicos se dedicaban a cultivar maíz y podían dedicarse a comercializarlo en la venta al por menor o lo cultivaban para consumo propio en un claro ejemplo de economía de subsistencia. En 1995, un año después de la entrada en vigor del NAFTA, las exportaciones estadounidenses de maíz a México eran de 391 millones de dólares. Veinte años después, en 2015, los productores de maíz estadounidenses vendieron maíz a Méjico por valor de 2.400 millones de dólares, de acuerdo con los datos del Departamento de Agricultura de EE. UU. El 99% de la producción de maíz de algunos estados como Kansas se exportan a Méjico. En el estado de Iowa, según la Cámara de Comercio de Estados Unidos, más de 53.000 empleos dependen de la agricultura y el comercio con Méjico. Si alguien tiene dudas de a quien ha beneficiado el NAFTA, solo tiene que leer la carta que 130 empresas de Estados Unidos enviaron al presidente Trump cuando inició su escalada verbal contra Méjico respecto a la construcción de un muro entre los dos países. En la misiva, las empresas-incluyendo a Cargill-destacaban los enormes beneficios derivados del NAFTA para los agricultores estadounidenses. Es increíble que un país como Méjico, que ha sido históricamente exportador de maíz, esté ahora importando maíz estadounidense, siendo este el producto más exportado de EE. UU. hacia Méjico. De acuerdo con el Departamento de Agricultura estadounidense, en 2016 Estados Unidos exportó cerca de 18.000 millones de productos agrícolas a Méjico, el tercer mercado más grande para este tipo de exportaciones. Desde el mismo organismo se dice que Méjico no es solo el principal comprador del maíz estadounidense, sino que además importa más productos lácteos, avícolas y trigo de Estados Unidos que ningún otro país; también es uno de los importadores más importantes de cerdo, soja y vacas de origen estadounidense. El desvío a la producción de agrocombustibles de enormes cantidades de maíz estadounidense también provocó un extraordinario aumento de precios para los mejicanos. Las dudas en torno al presidente Trump y a la posible renegociación del NAFTA llevaron a Méjico a multiplicar por diez sus compras de maíz brasileño en 2017. Pero el maíz no es el único producto que se ha visto afectado por el NAFTA: casi el 80% por ciento del arroz que se consume en Méjico es importado, lo mismo ocurre con el 65% por ciento del trigo, el 40% de la carne de cerdo, el 16% de la carne de aves y más del 16% de la leche, según datos del Gobierno de Méjico de 2016.
Los Tratados de Libre Comercio, en ocasiones se negocian entre naciones muy diferentes entre sí en producto interior bruto y nivel de renta de los ciudadanos, por esta razón es frecuente que el tratado, aunque pueda favorecer de forma parcial al país más pobre, esté diseñado para priorizar y fortalecer la economía del país más fuerte y de sus empresas. Así, la elaboración del NAFTA benefició a Estados Unidos tomando como referencia la teoría de las ventajas comparativas, según la cual los países producen bienes que les suponen un coste relativo más bajo respecto al resto del mundo. Desde el punto de vista de los diseñadores del tratado, la actividad del 85% de los productores con terrenos de menos de cinco hectáreas no sería competitiva; 4,7 millones de hectáreas deberían ser reconvertidas a otro cultivo y se dejarían de producir 7,1 millones de toneladas de maíz en esa superficie. La pequeña producción campesina de maíz debería desaparecer, a pesar de que aportaba más de la mitad de la producción nacional mejicana para autoconsumo. Esta norma, de por sí, sería enormemente beneficiosa para Estados Unidos porque las explotaciones agrarias estadounidenses son las mayores del mundo con una media de 176 hectáreas. El Gobierno mejicano acordó la liberalización del maíz en el NAFTA sin tener en cuenta ninguna de las necesidades reales de su población y de su campesinado.
Es evidente que el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y Méjico fue un factor independiente para la subida del precio del maíz para los mejicanos, para la destrucción de puestos de trabajo en la agricultura del país y para el aumento de la importación de cereales de todo tipo desde Méjico a Estados Unidos, pero la especulación alimentaria también jugó un papel fundamental. El aumento de la importación de maíz procedente de EE. UU. no se debía a la falta de producción o a que los precios del maíz nacional fueran superiores al precio del maíz importado, al contrario: en varios años, los precios pagados por el maíz de Estados Unidos fueron superiores al precio del maíz nacional. Hasta 1990, en Méjico no estaba permitido alimentar con maíz al ganado, al tratarse de un alimento básico para la población. Después de la entrada en vigor del NAFTA, se eliminó la prohibición y desde 1996 el sector ganadero es el principal consumidor de las importaciones de maíz. La política de asignación de cupos negociados en el NAFTA carga con los costos del ajuste en el comercio del maíz sobre los campesinos, en beneficio de las grandes multinacionales estadounidenses. Pero una de las claves se encuentra en Washington, donde el Gobierno estadounidense promueve políticas de apoyo a las exportaciones agropecuarias a través de la Commodity Credit Corporation, un programa a partir del cual los importadores de maíz obtienen créditos blandos a largo plazo. Fue así como la importación de granos se convirtió en un negocio financiero especulativo.
Los agricultores mejicanos no son los únicos perjudicados por el tratado y por la especulación con alimentos: en Canadá, la industrialización de la agricultura provocó la desaparición de muchas pequeñas unidades de producción, el aumento de la renta de la tierra y que muchos latifundios pasasen a ser propiedad de las grandes multinacionales.
Hay varios estudios que muestran las enormes distorsiones en el mercado de los alimentos provocadas por los grandes flujos de capitales especulativos que viajan de uno a otro lado del planeta. Esta volatilidad hace que sea imposible predecir el precio de las materias primas, algo que aumentará aún más la especulación sobre las mismas y hará inservible cualquier modelo de predicción, lo cual será lo contrario de lo que en algunas ocasiones sí hace la especulación, que tiene la función de fijar los precios en función de la oferta y la demanda real del mercado. Otro ejemplo es lo que ocurrió en 2008 en países como China o India, que prohibieron la comercialización del arroz en el mercado de futuros, uno de los motivos por los que el precio de este cereal se ha mantenido estable. En cualquier caso, la especulación excesiva provoca distorsiones graves en los mercados, encareciendo los precios de los alimentos. Según el relator de la ONU sobre el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, “Cuando llegan las informaciones sobre los incendios en Rusia o el exceso de lluvias en Canadá, algunos operadores prefieren no vender inmediatamente, mientras que los compradores buscan comprar lo más posible”. El Instituto para la Agricultura y la Política Comercial de EE. UU., (IATP), culpó del aumento del 31% en el precio del maíz en julio de 2008 a las actividades especulativas. Un mes antes, el secretario general de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación Agrícolas (UITA), Ron Oswald, afirmó ante una sesión especial de la Conferencia Internacional del Trabajo sobre la crisis alimentaria en la OIT en Ginebra, que “La FAO considera que la especulación no juega un papel de importancia en la elevación de los precios, pero, mientras tanto, los fondos de inversión apuestan cientos de miles de millones de dólares a los precios más elevados, creando una burbuja especulativa que aumenta los precios”.
La volatilidad en el precio de los alimentos se ha convertido en norma en un mundo donde en torno a 800 millones de personas pasan hambre. Los cambios en la oferta-debido a las sequías y otros problemas derivados del clima-y en la demanda-por las tendencias de consumo-son condicionantes decisivos a la hora de establecer el valor de productos como el maíz o la soja, pero la especulación con contratos agrícolas se ha disparado durante los últimos 15 años y afecta a toda la cadena alimentaria, tanto en los países pobres como en los más desarrollados. Para que nos hagamos una idea: en el mercado de futuros de Chicago se negocian a diario más de 1,5 millones de contratos relacionados con el mundo agrícola. Las reglas que rigen Wall Street-que dicen que siempre habrá un comprador interesado en un producto financiero-se han expandido al resto del mundo y provocan fluctuaciones que afectan de un modo decisivo a la oferta y a la demanda de forma imposible de predecir.
Eduardo Luis Junquera Cubiles.