Los expertos en marketing digital alertan sobre el aumento de las noticias falsas y señalan como causa nuestra insatisfacción con el mundo que nos rodea. Al no aceptar la realidad, mentimos más que nunca y también mostramos una tendencia inquietante a aceptar mentiras, siempre y cuando no entren en conflicto con nuestras creencias y nuestras simpatías políticas. Esto no es un fenómeno nuevo: de alguna manera, el ser humano es más feliz autoengañándose que enfrentándose a verdades dolorosas que le obligan a replantearse sus ideas, sus creencias y su escala de valores. La verdad no siempre adquiere la forma de un hogar cálido y acogedor, más bien al contrario. La diferencia con otras épocas nada lejanas es que antes las personas trataban de cambiar la realidad transformando la sociedad o sus propias circunstancias individuales, mientras que ahora somos más proclives, tanto individualmente como en grupo, a construir una realidad paralela a través de las mentiras.

La vida de una noticia falsa no solo puede ser muy larga, sino instalarse en una sociedad casi como verdad indiscutible si el emisor es capaz de elaborar un relato muy emotivo, vinculado a la vez con noticias reales o verosímiles. Todo lo que nos indigna es más susceptible de ser compartido en redes de forma masiva porque desde lo más profundo de nosotros creemos que aquello que es inaceptable apela y atañe al conjunto de la sociedad. La injusticia posee esa capacidad de soliviantarnos hasta la cólera, y eso nos mueve a difundir con vehemencia determinadas informaciones, con frecuencia movidos por nobles ideales. Los creadores de bulos conocen bien estos mecanismos, por eso elaboran mensajes con una carga emocional muy alta, mensajes ante los cuales poco puede hacer un discurso racional basado en hechos reales. Por eso el eslogan fácil se impone a la realidad. Pero eso también sucedía, me refiero al triunfo de cualquier tipo de bulo, antes de la era de internet, cuando en nuestra sociedad circulaban mentiras de toda clase que no eran cuestionadas por la población y encontraban arraigo entre nosotros.

Por supuesto que todos tenemos sesgos, pero en la actualidad los propios algoritmos de las redes sociales, que utilizan los sesgos de filtro para reforzar las ideas, gustos y preferencias de sus usuarios con el fin de que prolonguen su tiempo en cada red social, terminan creando las llamadas burbujas de información. Desde exactamente el 4 de diciembre de 2009, Google extiende a todos sus usuarios la personalización de sus resultados de búsqueda, algo que el buscador solo hacía hasta ese momento con las consultas realizadas desde un perfil conectado a una cuenta de Gmail. Esa individualización se hace presente cuando recibimos publicidad especialmente dirigida a nosotros y sucede también cuando usamos herramientas que deberían ser neutrales, como los motores de búsqueda.

La personalización nos facilita las búsquedas en la red, pero internet es un negocio de dimensiones formidables, de manera que, si introducimos la palabra “ansiedad” en un diccionario, la propia página visitada instala en nuestro ordenador decenas de “cookies” de navegación, que son archivos creados por las páginas a las que accedemos y que guardan información de la navegación en el propio navegador de cada usuario. De este modo, otros sitios web podrán seleccionarnos como potenciales compradores de productos contra la ansiedad. La personalización no está determinada solo por nuestras búsquedas en internet, sino por nuestras compras en la red, por las películas, programas o series que vemos (los televisores dotados de tecnología Smart TV operan a través de la red y los que no poseen esta función están conectados a ella mediante la plataforma que contratemos) y, por último, por las noticias que recibimos. Por eso es completamente normal que todos esos filtros condicionen la información que recibimos. De hecho, el propio Larry Page, cofundador de Google junto a Sergei Brin solía decir: “El buscador definitivo entenderá exactamente lo que quieres decir y te devolverá exactamente lo que tú deseas”.

Es obvio que la burbuja de filtros fue concebida como una fuente de negocio alrededor de cada individuo, teniendo en cuenta sus gustos, ideas y preferencias, pero hablemos ahora de sus consecuencias cuando los propios buscadores seleccionan la información que nos llega: si desaparece todo lo que nos resulta complejo, incómodo o desagradable, si excluimos de nuestras vidas todo aquello que nos hace dudar y confrontar ideas se potenciará la endogamia, el sentido de tribu y de pertenencia de los grupos sociales, sea cual sea su tamaño, y la hostilidad hacia todo lo que amenace esa pureza de pensamiento. Y si este proceso va in crescendo la democracia acaba perdiendo sentido. La democracia solo adquiere un sentido en la medida en que abandonamos parte de nuestros intereses personales en favor de los colectivos, y los intereses colectivos tienen mucho que ver con ideas minoritarias muy diferentes a las nuestras. Sin respeto no hay democracia, y ese respeto hacia los demás disminuye o simplemente no existe en círculos tan cerrados y endogámicos en los que se ve con tanta desconfianza la diferencia. No hay más que darse una vuelta por cualquier foro de opinión para ver con que brutalidad y desprecio se resuelven las diferencias.

No está del todo claro que los llamados sesgos de filtro y de información condicionen nuestros pensamientos de una manera tan decisiva, ni, desde luego, que esto sea un fenómeno nuevo porque antes de la era de internet la gente leía periódicos atendiendo también a sus preferencias ideológicas. Y en nuestra vida real, entonces como ahora,  nos rodeábamos de personas que nos gustaban y a las que apreciábamos por razones muy diversas, un proceso de selección de amistades que llevamos a cabo de forma continua desde la infancia y en múltiples situaciones, también en nuestra elección de amigos a través de Facebook o Twitter. De hecho, el contacto con personas que pueden pensar de forma muy diferente a nosotros, pero a las que valoramos por distintos motivos, es lo que hace que podamos cuestionar pensamientos rígidos e inflexibles en los que hemos sido criados desde la infancia, tal como sucede con las ideas religiosas o políticas que acabamos abandonando o examinando a la luz de nuevas ideas que, a su vez, nacen en nosotros debido a la interacción con otras personas. En realidad, algunas investigaciones muestran que no mostramos rechazo hacia una noticia por la noticia en sí, sino más bien atendiendo a qué medio nos presenta esa noticia. Poniendo un ejemplo más concreto: la misma noticia adquiere un sesgo ideológico más pronunciado para nosotros dependiendo de que la veamos publicada en un medio de derechas (La Razón, El Español o el ABC) o en uno de izquierdas (El País, Público o infoLibre).

Existe un segundo factor: las burbujas de información no son tales ni cuando menos tan inexpugnables o impermeables porque es frecuente que leamos opiniones políticas muy diferentes a las nuestras o noticias que no nos agradan. Vivimos en el mundo y es imposible que la información sea tan selectiva. Eso sucede también en las redes sociales, aunque nuestros “amigos” sean tan pretendidamente afines a nosotros. Y esa confrontación ideológica, dependiendo de cada individuo, puede llevarnos a una mayor flexibilidad en nuestras posiciones -no solo políticas- en todos los órdenes.

El hecho de aferrarnos a pensamientos rígidos, principalmente cuando estos son aceptados de forma inflexible por un grupo al que pertenecemos, nos otorga cierta seguridad personal en el aspecto psicológico y eso choca con el espíritu crítico, una actitud fundamental que debemos tener y desarrollar en democracia a la hora de examinar todas las cuestiones-también la información- que la realidad nos muestra, de lo contrario caemos en el dogmatismo. Pero, aunque hay un calor evidente dentro de la tribu, también necesitamos legitimarnos en el orden moral, por eso encontramos un cierto alivio y paz al sentir que la defensa de la libertad nos pertenece en exclusiva si somos de izquierdas, por su tradicional defensa de las luchas sociales, o si simpatizamos con la derecha, por su apuesta por la iniciativa privada como motor del desarrollo de la sociedad. Y esa vinculación un tanto fanática con las ideas políticas termina siendo un lastre, tanto por nuestra incapacidad de ser críticos con nuestros afines ideológicos como por nuestra creencia de que una noticia es verdadera solo porque apoya nuestras ideas.

Al menos de momento, el resultado en las redes está derivando en un enroque en nuestros propios pensamientos y, no solo eso, también en una cierta actitud entre agresiva y defensiva cuando detectamos ideas diferentes a las nuestras. Y en medio de esos ambientes de exaltación no podemos esperar que predominen el respeto, la confianza y el raciocinio, sino, de nuevo, el torrente emocional que nos lleva a condenar de forma categórica lo diferente. La vida en la red también adquiere un carácter impersonal en la medida en que alguien que escribe un texto con el que discrepamos, se convierte de inmediato tan solo en el autor de ese texto, y no en una persona potencialmente admirable en muchos sentidos, tal como sucede en la vida real.

Parafraseando a Ortega y Gasset, la información falsa y los sesgos generados por los filtros están moldeando de tal forma la percepción de la realidad que tiene gran parte de la población, que para muchas personas la anécdota se está convirtiendo en categoría y el pensamiento en creencia.

Eduardo Luis Junquera Cubiles.