Veinte euros diarios por trabajar en el campo entre 10 y 14 horas, tanto para ellos como para ellas, y mujeres explotadas por proxenetas. Todo esto no está muy lejos de la esclavitud y el horror, pero nos cuesta reconocer que vivimos de espaldas al sufrimiento de otras personas o que más bien somos indiferentes ante sus tragedias. El virus no discrimina, es cierto, pero la situación de confinamiento es más llevadera en buenas condiciones materiales. La pobreza extrema genera sus propias dinámicas. Entre el 16 de marzo y el 15 de abril de 2020 llegaron a Canarias 551 personas en pateras, frente a los 73 que se contabilizaron hace un año. Se ha reactivado la llamada “ruta canaria”, la más peligrosa de todas. Muchas de las pateras, que en realidad son cayucos, salen de Senegal y de Mauritania. Hemos puesto estos días la preservación de la vida como prioridad a causa de la pandemia del Covid-19 y podemos empezar por reconocer que estas “otras” vidas no tienen valor real para casi nadie. Vidas y personas que sostienen gran parte del trabajo fundamental de nuestras sociedades, como el trabajo en el campo, donde muchos inmigrantes, insisto, son explotados por 20 euros diarios. Las mismas mafias que organizan la llegada de estas personas a Europa son las que están lucrándose ahora con su devolución. Las autoridades marroquíes ya tienen conocimiento de pateras de inmigrantes que a causa del virus han pasado desde Cádiz a Marruecos, concretamente a Larache. Esto sucedió en marzo, coincidiendo con los momentos más altos de contagio en nuestro país y con el miedo al Covid-19.

La situación de los inmigrantes que han logrado saltar la valla en las últimas semanas en Ceuta y Melilla es particularmente grave: sometidos a confinamiento severo y durmiendo a la intemperie en camas instaladas sobre el barro. En medio del estado de alarma, las deportaciones a Marruecos o Argelia, donde las condiciones de la cuarentena también son inhumanas, han seguido su curso. Las madres inmigrantes que se encuentran en el sur de España-Algeciras y Almería-en situación de tránsito se ven ante el dilema de salir o no a la calle con el riesgo que supone ser deportadas o, en el mejor de los casos, detenidas. Muchas de ellas estaban siendo explotadas por las mafias de la prostitución y la trata de seres humanos. Es imposible contabilizar ahora, ya habrá tiempo, el número de mujeres víctimas de los grupos criminales del proxenetismo que se han visto expulsadas de los burdeles y que están con sus hijos, hacinadas en pequeños pisos en las peores condiciones. Al estar en situación de irregularidad es muy difícil que tengan derecho a ayudas legales porque no existen. Cuesta hablar en estos términos: personas que no existen. En sociedades en las que hay tanta desigualdad es habitual que haya categorías de ciudadanos, aunque no nos guste admitirlo porque los dilemas éticos con frecuencia son dolorosos. Hay otros mundos y están dentro del nuestro, aunque sean invisibles.

Eduardo Luis Junquera Cubiles.