Me duele decirlo porque quiero realmente a mi país: España es una sociedad con prácticas corruptas muy arraigadas que costará décadas erradicar. No existe sociedad honesta, transparente y limpia que dé a luz un gobierno corrupto; del mismo modo que un país de ciudadanos deshonestos no generará un gobierno de ejemplares servidores. Entre los representantes y los representados hay vasos comunicantes. Ojalá la corrupción se redujera, únicamente, a los escándalos del PP y el PSOE. Eso me dejaría muy tranquilo, pero me temo que esa podredumbre, en sus múltiples formas, se extiende a la totalidad de partidos, como revelan, por ejemplo, los llamativos dedazos de algunos miembros de PODEMOS en algunos lugares en los que han gobernado. Y no hablo solo de los partidos, forma parte de nuestra idiosincrasia: la corrupción esta normalizada y aceptada como moneda de cambio en la sociedad, y el poder político ampara esas formas de proceder porque los gusanos se desenvuelven mejor en el fango.
Necesitamos una revolución ética, aún, y hasta me atrevo a decir que esa revolución es más necesaria e importante que el aumento de la inversión en educación. Y debemos hacerla nosotros, los ciudadanos, porque solo así podremos llevar esa ética a la política. La clase política es conservadora por definición: una de sus prioridades es perpetuar los privilegios que el propio sistema les otorga con el fin de que no se conviertan en elementos hostiles al mismo. Respecto a la corrupción, la principal preocupación de la mayor parte de nuestros políticos no es acabar con ella, sino disfrazarla para hacerla más presentable ante la sociedad.
Hace unos cuatro meses tuve la oportunidad de ver la primera comparecencia en televisión de Isabel Díaz Ayuso. Me sorprendió su vehemencia, su verborrea de taberna y su extremismo. Incapaz de saber quién es quién entre tantas caras nuevas como Ciudadanos, PP y VOX han presentado en los últimos meses en nuestro país, creí estar ante una candidata de la formación de Abascal. Pero no, Díaz Ayuso se ha postulado por el PP, un partido dedicado con entusiasmo a desmontar lo público-con honrosas excepciones-allí donde ha gobernado y con un extensísimo historial de corrupción que tiene que ver con esas prácticas sociales de las que antes hablaba. Y al cabo de poco más de cien días de aquella primera aparición, una mujer que ha vomitado exabruptos e incoherencias de toda clase será nuestra presidenta. Porque ellos, desgraciadamente, también somos nosotros.
Eduardo Luis Junquera Cubiles.
